viernes, 18 de junio de 2021

Mundial de escritura, Día 4 (conectar una ficción con un libro)

- Les propongo que piensen en casa las cosas que charlamos hoy, que estén dispuestos a escucharse y a decirse lo que les pasa. Recuerden que yo estoy acá como una mediadora, pero son ustedes los que tienen que tener la voluntad de comunicarse. Con ese sermón salí de la terapia de pareja y me subí a un taxi. Rodolfo me preguntó por qué me iba sola y no le respondí. Porque el hombre es así: cuando lo queres dejar te dice que vayan a terapia de pareja, y cuando vas a la terapia no esboza una palabra. Me acerqué al centro con el taxi y aún era temprano para mi turno en la peluquería, así que me detuve en un bar a tomar un café. El tiempo muerto estimulaba mis pensamientos que se podrían representar como una nube negra sobre mi cabeza. O más que sobre mi cabeza, la nube negra era yo. Frustrada por no poder controlar la impotencia, cerré el diario que había tomado de otra mesa, y me puse a mirar por la ventana. Luego de unos minutos de observar la gente pasando, un muchacho alto y elegante llamó mi atención. Sus ojos negros y los míos húmedos se miraron fijamente por ¿cuántos? segundos, no podría decirlo. Sentí en el pecho un subidón, que bajó al estómago al ver que entraba al bar y se dirigía directamente hacia mí. - “¿Alguien te dijo alguna que vez irradias una simpatía tan fuerte que a uno lo marea?” - ¿Perdón? -respondí intentando ocultar la adrenalina. - ¿Conoce a Mario Benedetti? - ¿El escritor? - El mismo- y sacando un libro del bolsillo interno de su saco agregó- lea este libro. Se lo presto. - Pero, ¿cómo te lo voy a devolver? - Así como se lo di, por casualidad. El desconocido se fue y yo guardé apresurada el libro en mi cartera. Mi corazón galopaba como si quisiera salirse del pecho. Terminé el café y fui a la peluquería. Decidí cambiar el aspecto de mi cabello y me hice flequillo de nuevo, como cuando tenía veinte años. Al regresar a casa tuve que soportar el entusiasmo fingido de Rodolfo por mi nuevo look, cuando me besó sentí en su boca el rechazo de un amor vencido y la desesperación de una persona que no sabe qué haría de su vida si se separara. Cenamos en silencio mirando televisión, me bañé rápido para no correr el riesgo de que quisiera que compartamos la ducha y me metí en la cama. Mientras él se bañaba, fui hasta el living a buscar de mi cartera el libro. Lo abrí con la intención de esconderlo debajo de la cama cuando escuchara que Rodolfo cerraba la ducha, pero me vi atrapada en él tan intensamente, que cuando oí cerrarse la canilla continué leyendo. La pasión, la piel, el amor, resultaban privilegios tan alejados, que, al verlos narrados, pese a mi falta de cultura literaria, me recordaban que en algún momento yo me sentí de esa forma. Incluso con el tronco de Rodolfo. - ¿Estás leyendo? - Sí, lo vi en una librería al pasar y llamó mi atención. - ¿Benedetti? Sos cursi Amanda, eh. Afortunadamente en pocos minutos Rodolfo roncaba y me permitía volver a adentrarme en las aguas de sentirse vivo, porque te importa vivir, porque alguien te genera algo. Sin embargo, al cabo de un rato me dormí yo también. Fascinada por el préstamo del desconocido, soñé toda la noche con amores viejos, amores nuevos, amores vencidos, caricias, besos y desconocidos encontrándose en bares. Al otro día, me levanté, me puse lo mejor que encontré y volví al bar. Continué leyendo el libro en el mismo lugar donde me había sentado el día anterior. Leía apresurada porque temía encontrarme con el desconocido y tener que confesar que aún no había acabado las menos de cien páginas. Y también leía con la pasión de quien descubre la literatura, y disfruta de la obra como de un bombón de chocolate, que por ser pequeño se deleita con grandeza. En el medio del tomo comencé a leer el cuento “Conversa”, donde un desconocido se acerca a una mujer en un bar. No pude evitar sonreír al entender la referencia de mi desconocido del día anterior. En el cuento el extraño le dice a la mujer si le parece que se conocen desde hace años, y ella corrige que se conocen hace veintiocho minutos. En ese momento sentí dos golpes suaves en el hombro, y una voz desconocida -pero ya no tanto- que me decía: - “¿Alguien te dijo alguna que vez irradias una simpatía tan fuerte que a uno lo marea?”

miércoles, 16 de junio de 2021

Mundial de escritura, Día 13 (describir usando enumeración de objetos)

 Ayer me llamó tu mamá para avisarme que estabas internada. Fui a verte y no pude pasar a la habitación. Según me dijeron tuvieron que lavarte el estómago porque habías tomado un blister de pastillas.

 Cuando me encontré con tu familia pensé que estaría bueno que, así como fotografiamos los momentos felices, acostumbráramos a congelar los momentos de mierda. Para que pudieras ver la cara que tenían. Te mereces verla. Me dijeron que pasaste todo el día discutiendo con Nicolás, que llorabas, que gritabas y que lo echaste de tu casa. Tus papás le tocaron el timbre a la vecina para saber si sabía algo de vos cuando no respondías el teléfono. Y qué suerte tuviste que lo hicieron, porque sino estarías muerta. Mientras estuve en el hospital vi a tu hermano sentado en una silla, con los codos apoyados en sus rodillas y la mirada completamente vacía. Esperaste que tu hermano se tomara un fin de semana con la novia para atentar contra tu vida. Aún cuando él es quien dedica su vida a estar con vos. Aún cuando es uno de los pocos que sigue a tu lado. Además de ver la foto, te mereces sentir lo frustrante que es querer cuidarte. Lo frustrante que es quererte. Lo frustrante que es ilusionarse con un buen día tuyo, que muchas veces termina en tragedia. La inocencia con la que tu hermano cree las veces que decís que vas a dejar, solo habla del amor incondicional que te tiene. Y cuidado, porque el resto no te quiere menos, sino que nos cuidamos más. Quererte a vos es como tener una bomba atómica de mascota. Tu papá me llamó aparte, con esa cara de nada, con esos ojos que aún ignoran tener una hija adicta, para pedirme que fuera a tu departamento a buscarte un bolso con ropa. Pobrecita, la nena, necesita ropita limpia. Que la nena tenga la panza llena de pastas, pero la ropita impecable. Acepté, aunque supe que estaba violando tu privacidad, porque si no iba yo, tenía que ir tu madre. O peor, el pobre loco de tu hermano. Abrí la puerta, conociendo la maña, y subí las escaleras, como miles de veces lo hice en el pasado. Puse la llave en la cerradura pensando que lo que viera después sería una imagen difícil de borrar. Estaba en lo cierto. Tu monoambiente todavía olía a naranja, por el mismo difusor que usas hace años. No lo puedo negar, ese lugar y ese olor me hicieron viajar a épocas más felices. La cama estaba totalmente revuelta, algo que llama la atención porque nunca la desarmabas del todo. Entonces sólo significa que tuviste mucho sexo. Y los dos preservativos usados que están al lado me lo confirman. Eso pasa cuando te cojes un chabon de mierda, te caga la vida y te deja el preservativo tirado en el piso. O los preservativos. El cenicero estaba colmado de colillas. Sobre la mesa también hay un whisky por la mitad y un anotador. Lucho con todas mis fuerzas por no tocarlo. Pero tiene anotados muchos partidos de truco y un dibujo tuyo firmado por Nicolás. Es un hijo de puta, pero dibuja bien. Mientras buscaba tu ropa en el placard vi el blister de pastillas vacío y apoyado sobre la caja. Dentro de la caja hay otro lleno. Sospecho que no querías morirte, sino llamar la atención. Otra vez. Y otra vez llamaste la atención, pero la equivocada: la de todos, menos la de Nicolás. También note que aún conservas el perfume que te regalé, y que le queda poco. La parte estúpida de mi cerebro piensa que te lo va a comprar de nuevo, pero yo le digo que no, porque mereces que se termine y te des cuenta que algunas cosas no están siempre.

Mundial de escritura, Día 12 (escribir un relato donde "eso" ya pasó)

 El ruido de los pájaros en la ventana indicaba la hora de levantarse de Carolina. Se desperezó en la cama por unos minutos, se sentó, se puso las pantuflas y se levantó. Fue hasta la cocina y puso la pava para tomar mate. Mate solo.

 Mientras tomaba el segundo mate fue hasta el reproductor de música y puso play. Empezó a sonar Ricardo Arjona, y ella con el mate en la mano, se mecía al compás de la música. Un día más de paz, un día más de despertarse sin saber qué hora es, porque no tiene que ir a ningún lado. Cuando se cansó de bailar, se colocó las botas y fue a la huerta en busca de su almuerzo: recogió zanahorias, berenjenas, un zapallo, rúcula y tomates. Mientras tomaba una copa de vino blanco preparó un salteado de verduras y una ensalada. Comió callada, mientras miraba por la ventana el paisaje que le regalaba el día soleado. Los caballos jugaban entre sí, y los múltiples perros que Carolina había juntado de la calle, intentaban participar en el juego. Terminó rápido de comer, se abrigó y salió a jugar con los animales. Hace unas semanas, los perros eran doce. Pero días atrás, Carolina se había topado con una perra y sus tres cachorros, y no había dudado en sumarlos a la manada. Entonces eran quince. Quince perros, cuatro caballos, una quinta pequeña pero cuidada, y Carolina al mando. Rara vez recibía visitas. Le gustaba pensar en la quinta como su santuario, como algo únicamente suyo. Por eso cuidaba tanto del parque, los animales, las instalaciones: porque era su templo. Tirada en el pasto saludando a sus amigos, Carolina oyó un quejido de uno de ellos. Haciendo lugar entre los otros perros, pudo ver que uno de los últimos tenía una herida en la pata trasera. En seguida se levantó y alzó con cuidado al perro. Lo llevó adentro y lo acostó en la mesa para mirarlo más detenidamente. Entre el suave pelaje negro del perro, encontró una herida profunda, bastante desgarrada, pero definitivamente hecha por otro perro. Tranquilizó con suaves caricias al animal, y fue en busca de un botiquín. Tomó de la caja una gasa que embebió con desinfectante, y al volver a buscar la herida, ésta drenaba sangre sin parar. La sangre y el desinfectante de color amarronado, manchaban las manos de Carolina. El perro se removía sobre la mesa y debajo de la gasa, ella lo sostenía con delicadeza, su mano temblaba y su frente sudaba. La sangre comenzó a convertirse en un charco alrededor del perro y, en ese preciso momento, ella se congeló. La sensación de salvar una vida, la sangre ajena empapando sus manos, la desesperación del perro, desbloquearon en su mente un recuerdo borrado hasta entonces: Carolina había muerto. Muy velozmente los recuerdos aparecían en su mente y eran reemplazados por otros cada vez peores, y juntos hacían una película de terror. Un beso con su novio que carga una valija en el baúl del auto, una parada en una estación de servicio, un mate en la ruta, música, risas, un cigarrillo entre los dos, un camión de frente, un vuelco, la sangre de su novio brotando de su abdomen perforado y la intención de sus ínfimas manos por detenerla, una luz por la derecha y un golpe seco que termina en un universo pintado de negro. Un quejido del perro la hizo volver en sí. Con un último suspiro, éste dejó de respirar. Al menos esta vez Carolina no murió.

Mundial de escritura, Día 11 (escribe tres reseñas de libros de autoayuda)

 Tras la sorpresiva muerte del empresario mediático, múltiples rumores lo llevaron al foco de atención. La expectativa, la atención y la fama a las que él había aspirado toda su vida, finalmente habían llegado. Casi como una beatlemanía, se había convertido en un ídolo para cada persona que disfrutaba verlo en pantalla. Un generador de contenido constante, una persona tan llamativa como entretenida de ver. “Yo no manejo la fama, yo manejo un Rolls Royce”, dijo alguna vez.

 Romances, dramas familiares, clóset, drogas. Todo tenía minutos de aire. Incluso este fenómeno, llega hoy en día a las redes sociales, donde las viejas joyas de la vida el empresario reflotan constantemente. Joyas que contagian el cariño a generaciones que eran jóvenes cuando éste falleció. Uno de los momentos más fuertes tras la noticia, y luego de los homenajes, fue la misteriosa colección de libros del hombre. Una fuente muy confiable, reveló que al tiempo de que él muere, su íntimo amigo encuentra en la habitación tres libros bastante grandes. Y se sorprende, porque sabía que el dueño de la casa no leía, o al menos eso creía. En definitiva, se lleva los libros, y al leerlos en su casa, descubre algo muy fuerte: la explicación de el fanatismo que generaba el empresario, eran tres libros de autoayuda. El primero de los tres ejemplares, se titula “La fuente de la juventud sos vos”. Este libro habla específicamente sobre la intención de mantener el espíritu joven, de aprender a sortear las oportunidades y las condiciones de la vida, con la frescura de una persona joven, casi despreocupada. El autor del libro afirma que la base de un adulto conservado es comer saludablemente, dormir 8 horas al día y hacer ejercicio, en lo posible diariamente. Con estos y otras rutinas, más una abundante porción de frases motivacionales del libro, uno podría convertirse en Peter Pan. El segundo tomo se llamaba, “Al que invierte, Dio$ lo ayuda”. Como adelanta, este libro de autoayuda aspira a ordenar las finanzas y alentar al lector a lanzarse a una red de oportunidades económicas, alternativas, que prometen hacer la diferencia. En principio relata una serie de hábitos de ahorro para poner en práctica en lo cotidiano. Y, una vez hecha la base, presenta múltiples posibilidades, que abarcan varios rubros, como para ayudar al uno entender en qué área le gustaría lanzarse a invertir. Al final del libro tiene consejos empresariales bastante genéricos, siempre embebidos de una promesa de fortuna difícil de rechazar. Y lo mejor llega a lo último: “Quién se queda con la mina?” es un libro imperdible de conquista, pensado para hombres. Desde rutinas de belleza, hasta rituales un tanto excéntricos, este libro es una guía para conquistar a un concepto de mujer bastante ochentoso y vago, pero tiene todos los detalles. Uno de los principales capítulos de libro es la expresión del amor a través del arte, y con muy específicos ejemplos anima a que uno se anime a cantar o bailar lo que siente. Hacer puestas en escena, llegar en carruaje a una cita, proponer matrimonio en público. En conclusión, este libro puede ser un poco anticuado, pero no deja de ser absolutamente inspiracional para cualquier persona que tenga, al menos, la intención de conquistar a una mujer. Finalmente, el fenómeno Fort se vuelve aún más fascinante: había una fórmula para tener éxito y ser encantador. De repente, ésta fórmula llega a manos de todos. La fórmula llega a librerías, kioscos, pdfs pirata, fragmentos en Facebook. Todos tienen alcance a ella, pero nadie es como él. Porque comandante hubo y habrá uno solo.

Mundial de escritura, Día 10 (escribir el amor en la instancia previa a la ruptura)

 Lo bueno de tener tanta confianza y tanta piel con una persona, es que, con solo mirarla a los ojos, sabrás qué le está pasando. Lo malo de tener tanta confianza y tanta piel con una persona, es que, con solo mirarla a los ojos, sabrás qué le está pasando.

 El viernes, Sofía llegó a casa un poco más tarde, y con tres bolsas en las manos. Al verla entrar le sonreí, miré las bolsas y desorbité los ojos, para hacerla reír. Ella lanzó una risa breve. -No me compré boludeces, te juro. - Volví a desorbitar los ojos- Me compré ropa deportiva porque voy a arrancar crossfit con Candela y otra chica del trabajo que no conoces. - ¿Vos vas a ir a crossfit? ¿Por qué? - ¿Cómo “por qué”? Porque es bueno para la salud, y principalmente porque quiero. Con un gesto condescendiente propio de Sofía, subió las escaleras balbuceando que se iba a bañar. Aprovechando que la comida estaba puesta en marcha, subí sigilosamente las escaleras para sorprenderla. Al entrar al cuarto pude ver a Sofía en ropa interior, con un conjunto blanco de encaje muy lindo. Que era nuevo. Un conjunto nuevo. Abandoné el sigilo, y ella al oírme se dio vuelta. -¿Qué pasa, Nacho? -¿Por qué me preguntas qué pasa? -Porque te digo que me voy a bañar y venís y te quedas parado ahí mirándome raro.- me respondió, removiendo la ropa que recién se había quitado y puesto en el cesto. -Preocupate el día que me avises que en cinco minutos vas a estar desnuda y yo no haga nada por verte. ¿Qué buscas? -Nada amor, basta. No tengo ganas de hacer chistes hoy. Ella entró al baño y cerró la puerta. Confundido, aún parado en la puerta del cuarto, tuve un impulso casi animal, que afortunadamente no descarté. En pocos y muy silenciosos movimientos, terminé con la cabeza dentro del cesto de la ropa sucia, y confirmé lo que sospechaba: Sofía está con otro hombre. Con el perfume de otro clavado en la nariz, volví a la cocina a chequear el estofado. Levante la tapa de la olla, con la cuchara de madera removí la comida. El fondo estaba un poco pegado, así que con suavidad lo despegué, olía espectacular. Sofía está con otro hombre. Esa noche había prometido hacerle a mi novia el famoso estofado de mi mamá, que era igual a cualquier estofado, pero era rico. Para hacerlo, usé cebolla, carne, puré de tomate… Sofía está con otro hombre. Al cabo de un rato, Sofía bajó con la bata puesta, y se sentó en la mesa. Tomó un sorbo largo de vino. Me dijo que el estofado estaba espectacular. Antes de terminar el primer plato, se sirvió otra copa de vino. Hablamos sobre trabajo, de unos amigos que se separaron ésta semana, y de esas cosas banales que habla la gente que no puede hablar de sí misma. La miraba frente a mí en la mesa, tan linda, tan lejos. Sofía está con otro hombre. Los días pasaban frente a mí, las señales me gritaban en la cara que, al menos, por favor, dijera algo. Y yo cada vez me acostumbraba más a obtener de ella sólo una parte. Y me aferraba a esas pocas cosas que me quedaban, como un náufrago se aferra a su balsa. Sofía era mi balsa. Sofía está con otro hombre. Pasaron seis meses que confirmé que era cornudo. Miré cada día 9 en el calendario y pensé “un mes más que procrastino el amor propio”. Esta semana ella pasó casi todo el día en casa. Ordenó el ropero y sacó la ropa de verano. Regaló las cosas que no usábamos. Tuvimos sexo dos veces. Ayer volvió temprano del trabajo, y al llegar me interrumpió en la cocina con un beso apasionado, que terminó con los dos en el piso desnudos. La disfruté, pero me sentí usado. Sofía se peleó con el otro tipo. Y yo ya no la quiero.

Mundial de escritura, Día 9 (escribir un diálogo entre 3 personas, 2 están tensas y la 3era no lo nota)

 Sentados en el registro civil, dos eufóricos, novio y padrino, eran advertidos por una Carmela espléndida:

 -¿Cuál de los dos tomó alcohol? Ambos señalaron al otro y se rieron. Ella frunció los labios y se sentó en su sitio, ocultando una sonrisa cómplice. -Estas hermosa, mi amor. – Le dice el novio muy cerca del oído. -Gracias, vos también estas muy bien. Él se mordió el labio y sintió en leve suspiro en la nuca. -Vos estabas más hermoso sin nada- le susurra Juan Cruz, el padrino, casi imperceptiblemente. Casi sin pensarlo, Marcos lanzó una risa, que ocultó con una mano y un estornudo fingido. Ella dio vuelta la cabeza de forma instantánea: -Estas muy inquieto Marcos, ¿por qué no vas a fumar un cigarrillo, mientras llega este hombre? -Ay gracias- respondió él dándole un beso ligero y saliendo al patio. Los nervios de Marcos se presentaban al intentar prender el cigarrillo con la mano frenética. Acercando el encendedor, Juan Cruz le dijo: -Cuando salimos de mi casa, ni por un momento pensé que veníamos para acá. -¿Y a dónde íbamos a ir, boludo? -¿Hace falta que te dibuje la situación? -¿Vos pensaste que nos íbamos a escapar a una playa en México? -Dios- resopló Juan Cruz, frustrado- No, idiota. Pasó lo que pasó, y va a pasar lo que está por pasar, ¿es así? Con un dulce andar, Carmela se incluye a la conversación: -¿Qué hacen ustedes tan misteriosos, mataron a alguien en el camino? ¿A quién tengo que enterrar?- mofándose, ella intenta alcanzar el cigarrillo de su novio- A ver, convídame una pitada que este sorete no viene más. -Vos sabes Carme, que le estaba diciendo a mi ahijado de bodas que si tarda tanto el que pone el gancho, es una señal. Están a tiempo, no cometan el mismo error que yo. Los tres se miraron cómplices y se rieron de la pasada desgracia de Juan Cruz. -Bueno amor, contame, qué pasó de divertido en tu despedida de soltero express? Marcos rió nervioso y Juan Cruz lo acompañó con un sonido parecido a una risa. -Bueno, por lo menos se pudieron tomar una birra, yo estuve toda la mañana con la infumable de mi mamá y me peinaron y maquillaron hace más de tres horas. -Entonces no te cuento lo bien que la pasamos nosotros,- Marcos le clavó la mirada- jugamos a la play station echados en calzón hasta hace 20 minutos. Tirando piñas al aire de forma juguetona, Juan cruz se acercó a su amigo y le dio un fraternal abrazo. Dejando escondido su brazo derecho, con el que lentamente rozaba la camisa celeste impecable, y luego la espalda de Marcos. -La verdad Carme, me duele dejarlo ir. Vos sabes que yo lo conocí por vos, pero me lo apropié. –continuó con una gran sonrisa Juan Cruz. -Sí Juan, ya entendí que te pensas instalar con nosotros. Y ya sabes que el cuarto de huéspedes es tuyo. -Entonces no es cuarto de huéspedes, es cuarto de Juan Cruz. -Bueno, pero si hay otro huésped vos te vas. Y le llamamos cuarto de huéspedes. Frescamente, Marcos reía al ver a Carmela, de punta en blanco, a punto de ser su esposa, bromeando tan relajada con Juan Cruz, que era atractivo de una manera casi irresistible, y era la estrella del civil de los amigos, pretendiendo que no estaba acariciando la espalda del novio con intenciones bastante inmorales. -Chicos, entren que llegó el Juez.- dijo la mamá de Carmela asomandose desde adentro. -Bueno, hora de la verdad, ¿Nos casamos o qué?- bromeó ella. Con un intenso abrazo, Juan Cruz salió caminando con Carmela y Marcos agarrados por los brazos, al grito de: -¡Obvio que los casamos!

Mundial de escritura, Día 8 (descubrir un gesto revelador en un personaje)

 El martes el almuerzo se atrasó.

 Cuando salimos de la escuela, mamá pudo notar que a Lucía le faltaban las medias con detalles en broderie. Le preguntó qué carajo hacía sacándose las medias en la escuela, y dónde las había dejado, pero, como siempre, Lucía se largó a llorar y dejó de hablar. Subiéndonos al auto con prisa y con torpeza, mamá nos miró con la puerta en la mano y lanzó: -Voy a preguntarle a la maestra por las medias de Lucía. ¡Se quedan acá! Lejos de querer ponerla más nerviosa, nos quedamos adentro del auto. Resultaba tentador jalar la manija del auto y, casi sin querer, terminar jugando en la puerta de la escuela con el resto de los chicos. Mamá odiaba a las mamás que se quedaban fuera de hora charlando en la puerta de la escuela, decía que vivían al pedo. Mientras ella no volvía, con Facu molestábamos a Lucía, por ser la culpable de que estuviéramos en el auto sin comer y sin jugar. Y porque siempre perdía algo distinto. Al cabo de un rato largo, mamá volvió. No dijo una palabra y arrancó el auto. Lucía todavía estaba llorando. Hasta que, al cabo de unos metros, mamá se dio vuelta y le dijo: - ¡Vos cállate! El resto del camino sólo oímos las congojas de Lucía y cómo se sorbía la nariz. Por las medias nadie se atrevió a preguntar. Y por la comida, menos. Cuando llegamos a casa, papá estaba con cara de que se iba a pelear con alguien. Yo estaba tranquilo porque ya no jugaba al tenis en el patio, y por ende, ya no rompía vidrios. Con Facu tampoco se iba a enojar tanto, porque era el más chico, y el más tranquilo. Y, por último, las medias de Lucía no eran jurisdicción suya, por esas cosas nos retaba mamá únicamente. Así que, un poco tenso por no poder descubrir qué pasaría, fui directamente a mi cuarto con mis hermanos. Mientras intentaba entretenerlos para que no oyeran, pero no tanto como para que mis padres los escucharan reír despreocupadamente, escuché que discutían. No terminé de entender, pero creo que mi papá se enojó porque había venido una factura de luz imposible de pagar. Le dijo que la iba a pagar ella, porque era la que usaba el lavarropas todos los días. Y mamá no respondió nada, o al menos no la escuché. Al cabo de un rato, dejaron de discutir, y mamá fue hasta el cuarto para avisarnos que estaba lista la comida. Bastó una mirada para que mis hermanos supieran que ésa era una de esas situaciones en las que uno dice “el horno no está para bollos”. En la mesa había una gran olla con arroz blanco. Y en cada plato había un huevo frito. Los huevos estaban impecables: una circunferencia de clara blanca como la leche, con un centrado botón amarillo casi anaranjado, cubierto por una delgada capa de cocción, que al pincharla con el tenedor liberaría el sagrado elixir sobre el arroz. Algo llamó mi atención, el huevo de mi mamá estaba roto. Mientras ella terminaba de preparar el jugo en la jarra, aprovechando que era su vecino en la mesa, cambié su plato por el mío. Mamá se acercó a la mesa, apoyó con seria suavidad el jugo, y se sentó a comer. Miró su plato. Miró mi plato. Me miró a los ojos y frunció levemente la pera. -Má, ¿te pasa algo? En ese instante la pera fruncida se convirtió en una cara y un cuerpo fruncidos, que fueron arrasados por un mar de lágrimas. Todos intentábamos averiguar qué le pasaba, pero ella sólo lloraba desconsoladamente. Como Lucía hacía un rato. Ocultando su cara, e intentando desesperadamente detenerse, mamá lloraba. Y papá disfrutaba del huevo frito con la yema intacta. Y ese día, mientras mamá lloraba, a mis once años, descubrí que mi papá era una mala persona.