lunes, 4 de noviembre de 2013

Capítulo ocho.

Llegó Navidad y Fran decidió cenar con mi familia. Incluso, el regalo del arbolito me lo dio a la tarde para que pudiera usarlo esa noche: era un vestido de gasa negra largo y sin espalda, espectacular, que habría elegido Julia. Ya que él adelantó a Papá Noél, yo también lo hice: le di las zapatillas de gamuza tan cancheras que le había comprado, y creo que se enamoró más de ellas que de mi.
Fran se llevaba bien con mi familia y amaba hablar de rugby con mi papá (algo que yo no soportaba), así que tuvimos una cena muy divertida y se sintió cómodo aunque hubiera alguna parte de la familia que él no conocía previamente. Después de las 12, del brindis y de que jugara con mis primitos y sus regalos, me invitó a tomar algo al bar que íbamos siempre desde su cumpleaños. Fuimos y nos tomamos un par de cervezas entre besos y conversaciones que se tornaban cada vaso más insólitas.
Cuando nos cansamos de reírnos y terminamos, creo, la cuarta cerveza, nos fuimos. Dimos un par de vueltas porque a Fran le gustaba mucho ver cómo decoraban la ciudad con luces navideñas. Sin avisarme el destino, Fran empezó a dirigirse hacia su casa, como la idea me copaba, no pregunté.
Cuando llegamos, metió el auto en el garage y cuando bajamos me agarró la mano, aún en silencio. Entramos a la casa, que estaba a oscuras, señal de que no había nadie y sin prender una luz, agarró de la mesa principal una caja, que me dio diciendo "feliz Navidad chancho", por el ruido descubrí que era bombones, que después, a la luz, supe que era Bon o Bones, mis favoritos. Se los agradecí y le di un beso, pero no cualquier beso, sino uno exclusivo de la noche y de la privacidad. Como ofreciéndome ir a arriba, Fran caminó acercándose a la escalera; y, aceptando, yo subí un escalón "para estar más a su altura". En ese momento Francesco me agarró por las piernas y en un segundo y con toda sutileza, las ubicó en su cintura, por suerte, el vestido era suelto y permitió el movimiento, sino hubiera terminado completamente rajado o nosotros ridículamente caídos en el piso. Estando yo a upa suya, subió las escaleras sin mostrar un esfuerzo, aprovechandose de su fuerza, mientras me besaba con total naturaleza. Llegamos a su cuarto, precisamente a su cama, donde nos recostamos, aún besandonos.
No quiero entrar en detalles, pero el dolor insoportable que describían Julia y las chicas se camufló por el amor que me tenía Francesco, había sido la mejor noche. Nada de dolor, nada de vergüenza; sentí que no había mundo por un rato y me dejé hechizar por "el mago Francesco".
Me habría quedado toda mi vida acostada en su pecho mientras jugaba con mi pelo, pero el reloj volaba y realmente no quería que nos encontraran in fraganti. Nos levantamos y bajamos, en la cocina me preparó un café con leche y nos sentamos en la barra a sólo mirarnos las caras, la mía muy rosa, no sé por qué, pero me delataba el detalle, y no hacíamos más que decirnos cosas empalagosas. Hoy por hoy, me parece un ridiculez; pero en ese momento me sentía más enamorada que nunca.

De ese acontecimiento hasta el Verano del 2011, año en que cumplíamos 3 años, (3 felices años) no hicimos más que pasar las 24 horas del día juntos, Fran abandonó el rugby, yo a mis amigas, dejamos nuestras vidas. Como todos decimos, nos casamos. Al principio que encantaba que Fran se quedara a dormir a veces, me encantaba cocinarle, me encantaba todo, pero a veces nos matábamos, era por el cansancio, pero siempre superábamos cualquier discusión, SIEMPRE. Pasabámos todos los días juntos y superábamos la rutina, el aburrimiento, las diferencias, éramos los dos contra todo. Como dije al principio, "era el amor de mi vida, o lo imitaba muy bien".
Era todo amor, felicidad y compañía, todo color de rosa hasta ése Febrero de 2011, 9 de Febrero de 2011. Día en que el rosa se hizo negro...

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