Cada bolita está suspendida de un marco por
medio de dos hilos de igual longitud, inclinados al mismo ángulo en sentido
contrario el uno con el otro. Esta disposición de los hilos de suspensión
permite restringir el movimiento de las bolitas en un mismo plano vertical.
Por lo general ella se despertaba primero, pero no ese día.
Ese día me levanté yo, porque no había dormido.
La miré dormir mientras me sacaba el maquillaje, no pude
evitar mezclar algo de rímel con sal. Las lágrimas estaban hechas de miedo,
como siempre. Miedo y sal. Cerré los ojos y giré, como para que haya una pausa
entre su imagen y la imagen de la puerta, no quería ver que esa era la
secuencia que debería seguir. Caminé las cuadras que separaban su casa de la mía
y cuando llegué, me senté al lado la ventana de la cocina, con un cigarrillo y
un té.
Tic…tic…tic… parecía tranquila por fuera, pero me pinchaba
las palmas de las manos con las uñas de los anulares, me desesperaba ese
sonido. La gente de la pensión era así, encerrada en su mundo. Como yo. Como yo
y la gente de la pensión. Tic… tic… y no lo frenaba, me tuve que levantar, ir a
la sala y frenarlo yo, agarré el péndulo con las dos manos y lo apreté con
mucha fuerza mientras miraba a su dueño a los ojos.
–Perdón- me dijo, y giró entre sus dedos la birome que
estaba usando- No sabía que te molestaba.
Respiré hondo y volví a la cocina, la cara de Abril estaba
en el té (que ya estaba frío), en el vidrio de la ventana, en mi reflejo sobre
el vidrio de la ventana, en mis ojos puestos en el reflejo del cuerpo en el vidrio
de la ventana. Era fácil pensar que había tenido solamente una mala noche y que
si dormía unas horas, iba a pasar. Pero en el fondo sabía que no era así. Ya no
tenía ganas de mantener mi papel. El día que la conocí la vi débil, sentí que
entonces me tocaba el otro rol, el de la fuerte, el de la confiada, la segura.
Y lo acepté, hasta me salió bien. Pero se me estaba gastando.
Me acomodé y me sostuve la cabeza con la mano izquierda. De
a poco se me cerraban los ojos. Tic… era ella, tic… tic… sonreía, tic... me
miraba. Completa, de pies a cabeza la vi. Sus ojos miel, su nariz levantada, la
cabeza de costado, como tratando de entender algo. Despeinada, como siempre, un
mechón de pelo lacio y marrón le cubría parcialmente el costado izquierdo de la
cara, tic… tic… el ruidito turbador del péndulo de Newton estaba pegado a su
imagen, la ritmaba. Se peinaba, se reía con esa risa que me daba miedo. Miedo,
si, era así; lo había entendido hace tiempo, pero no me gustaba pensar en eso:
ella era para mí cuando no sonreía, cuando su mundo se caía a pedazos, ahí me
miraba. Yo era una especia de columna, de esas que sostienen grandes y hermosos
tinglados. Quizás ni siquiera ella lo había notado, pero sí. Y su risa plena,
aplastadora, era una amenaza. Significaba que podía sostenerse sola, que era un
tinglado volador, que su imagen y la de la de la puerta sí iban a unirse, por
más que yo cierre los ojos.
Y los abrí. Increíblemente no había soltado el cigarrillo.
Lo único que quedaba del sueño era el sonido de las bolitas
de metal chocando una y otra vez. Corrí hasta la sala dispuesta a soltar el
peor de los gritos, pero el hombre de la birome no estaba. Solamente el
juguetito arriba de la mesa, como riéndose de mí.
Salí de la pensión y caminé un rato, pensaba en ir a verla,
preguntarle por qué no había llamado, no, por ahí todavía ni se despertó (tic),
o sí, y se miró al espejo y ahora se está riendo a carcajadas (tic), no voy a
ir, si tuviera que ir ella me habría llamado, y tocaba el portero.
Me abrió con cara de dormida y eso me produjo un alivio tal
que sonreí y bajé la cabeza. Ella sonrío y dio media vuelta, dejando la puerta
abierta. Eso era Abril, un péndulo de Newton. Hermosa, entretenida, armónica,
uno podía quedarse mirándola horas y horas, pero el efecto en algún momento se
terminaba, disminuía o, lo peor, se convertía en esperable.
A la siesta cantaba, o mientras hacía café, a veces cuando
cocinaba. Cantaba despacito, como si no se diera cuenta de que estaba cantando.
Yo la escuchaba, fingía hacer otra cosa, pero amaba escucharla “…picks up the rice in the church where a
wedding has been… All the lonely people, where do they all come
from? ...”
Nunca supe cuidar nada, si la cuidé un
tiempo fue porque en realidad era al revés, porque ella me cuidaba a mí. Ella
me cuidaba de mí misma. Solía decirme que hasta el día que me conoció, estaba
tirada en el suelo, que muchos habían intentado levantarla, pero que la única
que había podido hacerlo era yo. Daba vueltas de felicidad en su charco de
afecto, de adulación. Todo era egocentrismo. La realidad era muy distinta, me
veía al lado suyo, pero no porque la haya levantado, sino porque me había
tirado al suelo con ella.
Qué ganas de que Abril se riera a carcajadas, qué ganas de
que se diera cuenta de que yo no significaba ninguna seguridad, que atrás de
mis rodetes y mis ironías, no era más que una piba con miedo. Qué ganas de que
ella lo sepa por su cuenta, yo jamás iba a decírselo. Y nunca lo hice.
Pasé, me saqué la campera, ella hizo café.
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